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Kaoru Abe, saxofonista japonés de free jazz (en realidad resulta imposible e injusto limitarlo en una de estas etiquetas), es uno de esos muertos por sobredosis que han pasado a ser mitos del arte. Vivió de 1949 a 1978 y creo que su genialidad radica en la pasión que le proporcionaba a sus improvisaciones. Es justo decir de su música que es muy potente y muy visceral, pero también es justo decir que por momentos es muy sutil y hasta nostálgica.





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Uno de los excesos en torno al tema de la relación entre el cerebro y la mente se dio en la segunda mitad del siglo XIX, en la que se hizo popular una ciencia denominada como frenología (creada por el médico Franz Joseph Gall) (la palabra griega frenós se suele traducir por ‘mente’). Esta ciencia postuló que existen zonas en el cerebro de acuerdo a las cuales la personalidad del sujeto se determina de una u otra forma. Es decir, la conformación física del cerebro determina a la mente en todos sus ámbitos, llegándose a decir que de acuerdo al desarrollo en ciertas zonas se podía predecir si alguien era racista, o si tenía tendencias criminales, e incluso cuál podía ser la posición política. Se consideraba además que no era necesario ir directamente al cerebro para ver cuáles son sus formas, sino que es suficiente con examinar las formas de las protuberancias del cráneo y de la cara para saber cuáles son las áreas que más desarrolladas tiene el cerebro. Así, los frenólogos asignaron a ciertas zonas de la cara la correspondencia con diversos aspectos de la personalidad. Un ejemplo clásico y ridículo es el de una mujer con grandes protuberancias detrás de las orejas y con dotes particularmente especiales para las relaciones sexuales. A partir de esto, se postuló que tal zona de la cabeza era la correspondiente a la habilidad para el sexo.


Phineas Gage era un obrero de 25 años que trabajaba como jefe de cuadrilla en la construcción de una línea de ferrocarril en Vermont, Estados Unidos. Al parecer Gage era un hombre responsable, tranquilo y de fácil trato con los demás. El 14 de septiembre de 1848 decidió realizar la tarea de dinamitar una gran roca que estaba en medio del camino por el que debía pasar la vía del tren. Perforó la roca y la comenzó a rellenar con pólvora. En seguida, tomo una barra de hierro y comenzó a empujar la pólvora hacia el fondo del orificio. Mientras este trabajo era realizado, la barra de hierro se frotó contra una de las paredes de la roca y provocó una chispa. Esta hizo explotar la dinamita y sacó disparada a gran velocidad la barra de hierro de más de un metro de largo, 3 centímetros de diámetro y 6 kilogramos de peso con la que trabajaba Gage. La barra perforó su cabeza ingresando por la parte superior de la mejilla izquierda y saliendo por la parte superior del cráneo. En su camino, la barra perforó el cerebro en la zona del lóbulo frontal.
Phineas Gage no murió a causa del accidente e incluso no perdió la conciencia y estaba aun en capacidad de hablar y de darse cuenta de lo sucedido. Tras haberlo examinado, los médicos se sorprendieron de ver que sólo 6 horas después Gage tuviera todos sus sentidos de la percepción intactos. Ni su lenguaje, ni sus sentidos del tiempo y del espacio habían sido afectados. Sin embargo, en los siguientes días se tuvo que luchar contra la posibilidad de infección de la herida, que sí podía haber asegurado la muerte de Gage. Tal cosa no sucedió y después de dos meses fue dado de alta, con la total intención de Gage de volver a trabajar. Lo que sucedió luego es lo que interesa en el estudio de la neurociencia. Phineas Gage se recuperó plenamente en sus capacidades físicas, sin embargo, su personalidad parecía haber cambiado. De ser un tipo sociable y tranquilo, pasó a ser alguien con tendencias a la violencia y al mal humor. La psicología de Gage había cambiado considerablemente tras la modificación que había sufrido en un ámbito físico del cerebro. Las siguientes son las palabras del doctor que lo examinó en el accidente y tras él:
“Aunque su salud física parece haberse recuperado, el equilibrio entre sus facultades intelectuales y sus tendencias más animales parece haberse destruido. Es irreverente, agresivo, dado a exclamaciones profanas y vulgares (lo cual no era su costumbre), manifestando muy poca deferencia hacia sus compañeros, impaciente para realizar sus deseos, obstinado y al mismo tiempo caprichoso y vacilante, haciendo planes para el futuro que más tardan en ser planeados que en ser abandonados… En este aspecto su mente cambió radicalmente, tanto que sus amigos y conocidos dicen de él que ‘ya no es Gage’”

Tras el accidente perdió varios trabajos o renunció constantemente a ellos, se divorció y se alejó de todos aquellos que antes eran sus amigos. Luego vivió vagabundeando por los Estados Unidos, mostrándose como un milagro viviente. Murió años más tarde y hoy el cráneo y la barreta se exhiben en el museo de la Escuela de Medicina de Harvard, en Massachussets.