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miércoles, 20 de mayo de 2009

Maus y Persépolis: la sinceridad del comic

Terminé con el comic Persépolis de Marjane Satrapi, y he quedado muy, muy, muy satisfecho. Dicen, los que saben, que hay básicamente dos comics autobiográficos importantes: Maus de Art Spiegelman y Persépolis. Los dos ya los leí y ambos son geniales, narran con emocionante crudeza vidas que han presenciado y experimentado la miseria de la humanidad en sus más humillantes dimensiones -cada una dentro de su propio contexto. Intentaré revisar a penas un poco ambas obras, sin arruinarle demasiado la vida al que aun no las leyó.


Maus se centra en la segunda guerra mundial, y trata básicamente de cómo el padre del autor sobrevive a ella. Pero hay mucho más que eso, el verdadero núcleo trágico del comic está en el intentar conectar al joven astuto y generoso que sobrevivió a la guerra y al viejo tacaño que no puede ser soportado por nadie, ni por su hijo mismo -el autor de la obra. La transformación producida desde el joven al viejo no es mostrada explícitamente nunca, sin embargo está muy implícita la idea de que la terrible decadencia en la que se cae con respecto al ser humano en la segunda guerra es algo que marcará para siempre al joven judío. Más allá de convertirlo en un hombre seguro y deseoso de la libertad que se le privó, lo convierte en un hombre lleno de inseguridades e incapaz de hacerse soportar por cualquier persona, incluyéndose a sí mismo. El joven es un hombre que se las ingenia siempre con su propia astucia, el viejo es un hombre que no puede hacer nada solo, y aun peor, quiere hacerlo todo solo, pero quiere una compañía que lo atienda y a la que pueda tener un poco bajo su dominio. Cómo se llegó de la primera condición a la segunda y cómo se relaciona con estos dos polos el hijo, sabiendo que en ambos lados encuentra a su padre, son la sustancia del comic.


Persépolis por otro lado cuenta la historia de la autora misma, y se centra en la vida de una niña nacida en la Irán acorralada por las guerras y los absolutismos internos de la última parte del siglo XX. La historia de Marjene nos introduce en una realidad llena de presupuestos fundamentalistas, en donde uno no deja de sorprenderse una y otra vez con las costumbres que son mostradas. La historia de las represiones contra las mujeres y contra los opositores al estado oficial nos es mostrada desde los ojos de una mujer crecida en una familia liberal y bien posicionada económicamente. La educación que recibe Marjene en su hogar es muy distinta a la que recibe en su colegio, y esto hace de la protagonista el personaje especial que siempre está dispuesta a decir algo en contra de las injusticias contra la mujer o contra el libre pensamiento. Pero la verdadera complejidad de la situación no está en el individuo que se enfrenta a la sociedad, sino en una sociedad que aparentemente está regida por presupuestos fundamentalistas rígidos, pero que lleva a la vez dentro de sí una especie de ambiente progresista que convive con la tradición y se fusiona con ella, formándose una realidad de complejísimas dimensiones. Dentro de todo esto vamos viendo crecer a Marjene, y la vamos viendo ganar y perder confianza, pasando por muchos problemas típicos de la adolescencia y juventud que acá se tornan especiales por el contexto en el que surgen y por el peso histórico con el que cargan.

No digo más. Son dos lecturas fundamentales no sólo para el lector de comics, sino para el lector en general. Absolutamente recomendables. Hasta donde da mi reducida experiencia, dos obras maestras del comic.

domingo, 4 de enero de 2009

Lo fácil en lo ingenuo: Israel y Hamas


Sólo quiero esbozar una opinión sobre la situación en el medio oriente con Israel y Palestina. Es claro que todos condenamos las acciones militares violentas y que nunca es deseable que se llegue a estas condiciones, pero creo que es necesario -como expresé en un post anterior- no dejarnos llevar por la primera reacción, por la más fácil: aquella que pide la eliminación inmediata de las riñas, como si a punta de gritos y ruegos se lograra tal cometido.

Lo más sencillo y común hoy en día es gritar a los cuatro vientos que “la invasión es mala! Israel es malo! Pobre Palestina!”. ¿De qué nos sirve eso? No sólo no sirve de nada, sino que además es muy irresponsable, porque se escapa del análisis profundo y serio que realmente nos va a ser útil para aclarar la situación y guiarla por un mejor camino. No abogo por Israel, ni estoy de acuerdo con la invasión armada, pero considero que hay más de un punto que tendríamos que tomar en cuenta para darle real luz al problema.

¿Por qué actúa Israel así? Hasta hace poco tiempo existía una tregua entre Israel y Palestina, tregua que había durado 6 meses y que fue rota unilateralmente por el grupo Hamas, exigiendo que Israel cumpla con las condiciones con las que se habían comprometido. Lo cierto que es esta ‘tregua’ nunca se dio más allá de los discursos. En la práctica, los problemas seguían ocurriendo de ambos lados, no sólo de uno, como pretendió pintarlo el grupo armado Hamas, y como todos apaciblemente quisieron creer. Israel había incursionado militarmente en territorio de Gaza y se había impuesto el bloqueo a la población. La política de expansión nunca se detuvo. Por otro lado, el grupo armado Hamas había continuado lanzando sus misiles a territorio de Israel, y se había negado a liberar a presos israelíes que debían haber sido devueltos a su tierra de acuerdo a lo pactado.

Es precisamente la ruptura de la tregua la que incitó a Israel a amenazar con invadir Gaza si es que no se detenían los bombardeos de Hamas, que hoy son pintados como inofensivos y juguetones, como si se tratara de una simple guerra de comida a la que se ha respondido con granadas. Y es que tiene que quedar claro que Hamas sigue siendo una organización terrorista que ha intentado disfrazarse de ‘nuevo partido político’ para ganarse la simpatía de varios ingenuos y convenidos intelectuales y políticos europeos. Lo más fácil para el político es posar para la cámara y anunciar que está de parte del cordero, y que el lobo feroz debe quedarse en su guarida. Se proclama a un malo y a un bueno, como si fuera tan sencillo. “No bombardeen! Paz y amor!” Se olvida deliberadamente la responsabilidad que cargan sobre sus hombros para pronunciarse sobre el tema y estudiarlo seriamente. La invasión de Israel es indeseable, ¿pero está totalmente injustificada? Israel no es un pato feo que comenzó a picotear cegado por los celos. Hay circunstancias que quedan en la oscuridad en medio de este alzar de manos compulsivo que realiza el mundo cada que alguien dispara un arma. No podemos taparnos los oídos y los ojos después de haber escuchado el primer grito de auxilio y haber visto la primera gota de sangre. Hay que buscar los orígenes de la situación, la base sobre la que ella está posada. Reflexionar responsablemente. Ahora, de pronto todos olvidan que Hamas aterrorizó asquerosamente por años a la población civil israelí. Ahora Hamas es el grupo que se dedica a defenderse y nada más, y que con el grito de ‘Intifada!’ moviliza a todo inocente del mundo que más que desear que se detenga la guerra, está deseando que los misiles no caigan, pero que las piedras, los morteros y los cohetes sí hagan daño en una especie de ‘venganza’ que nadie se preocupa por aclarar en su sentido más profundo y fundamental.

martes, 23 de diciembre de 2008

Gritos (vacíos) de protesta

Hace algunos años solía creer en protestas y en espíritus rebeldes frente a ciertas clarísimas ‘injusticias’ de la sociedad. Nunca fui regular en mi asistencia a estas protestas (tampoco es que hayan habido muchas), pero sí consideraba que ellas eran necesarias y que de ningún modo había que callarlas. Solía decir: “mi grito, por más pequeño que sea, por más perdido que esté entre todas las voces del mundo, es MI GRITO, y no lo voy a callar. Al menos el que está a mi lado me va a escuchar.”

Hoy me he alejado de todo ello, pero aun considero que tal floro de “mi grito…” es realmente valioso y que las protestas no tendrían que ser simplemente calladas. Pero el problema central que comenzó a crecer en mí fue el siguiente: Esta actitud ¿tiene realmente una justificación?, es decir, ¿se trata de un grito con un verdadero propósito que ha sido reflexionado y examinado o se trata de un simple vozarrón que no pasa de ser una especie de lamento furioso sin dirección? Lamentablemente, creo que en la mayoría de ocasiones se trata de la segunda opción.

Y es que el problema que comencé a sentir conforme iba pasando el tiempo es que no hay una verdadera reflexión detrás de todas estas protestas, no se piensa lo suficiente en lo que está presupuesto en aquellas cosas contra las que se protesta y en aquellas cosas que se reclaman. Por supuesto, hay ciertas cuestiones que son tan evidentemente despreciables que resulta obvia la necesidad de reaccionar inmediatamente contra ello (asuntos de maltrato animal por ejemplo). Pero hay protestas sociales que parecen haber seguido el camino más sencillo, sin que se haya dado tiempo a pensar siquiera cuál es el fundamento sobre el que se apoya la situación. (Por supuesto, me refiero a casos en los que la protesta es sincera, ingenua pero sincera, y no a los casos en los que la protesta tiene en realidad fines ajenos y de beneficio particular)

Sobre este tema reflexiona muy bien André Glucksmann, filósofo francés, en su libro ‘Occidente contra occidente’. Con finísima ironía y refiriéndose al fenómeno de la guerra, dice lo siguiente:

“La actualidad nos acosa. El sufrimiento de unos, la energía de otros, los suspiros y los cálculos, las imprecaciones y las imploraciones nos telepersiguen. Nos atenaza la tentación a tener respuesta para todo: si la guerra, pase lo que pase, es la más sucia y condenable de todas las posibilidades, es inútil quemarse la sangre, ¡que la paz esté con nosotros! ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? Desde el neolítico, la humanidad talla el hacha, forja picas y se prepara bajo los mil soles de la energía nuclear cuando, al parecer, le hubiese bastado con un gesto, uno solo, para poner fuera de juego a la ‘cosa’. Fuera de la ley, dicen los juristas. Fuera de la moral, proponen los religiosos. Fuera de la cultura, acuerdan los artistas. Fuera del tema, aseguran los encuestados. Fuera de lugar, programan los políticos de fino olfato. Nada más sencillo que afirmarse contra ‘la guerra’. Nada más adecuado que jurar que no se justifica ninguna. Admito de buena gana que nos equivocamos, vacilamos, nos desviamos tomando un partido y luego otro, retomándolo, cambiando de opinión, pero desconfío de los toboganes de pereza mental en los que nos deslizamos alegremente sobre las dificultades. El feliz inmaculado que desfila gritando: ‘¡No a la guerra!’ camina sobre una nube. Y va derecho contra el muro.

…El discurso de paz que agitó a las multitudes del planeta y que casi gana la partida, se apoya sobre dos convicciones inquebrantables: la guerra es detestable, la paz es encantadora. Sin embargo, estas notables simplezas no constituyen una barrera imparable; la duda ríe a escondidas.”