viernes, 13 de junio de 2008

Clint Eastwood: Los Puentes de Madison



Acabo de volver a ver (por cuarta vez) la maravillosa película de Clint Eastwood: ‘Los Puentes de Mádison’. Suelo alejarme y hasta asquearme de muchas situaciones amorosas (empalagosas, vergonzosas, irritantes) de la vida cotidiana; los besos, abrazos y caricias en exceso (y no tan en exceso), tan comunes en el mundo de La Gente, no me caen bien. Incluso creo haber llegado a formar una especie de fobia por el contacto físico con otras personas. Pero cuando se trata de ciertas películas que tratan el tema del amor, la verdad es que puedo terminar con los ojos llenos de lágrimas y con el corazón totalmente apachurrado. Tal es el caso de películas como ‘Antes del atardecer’, ‘Con animo de amar’, ‘El hijo de la novia’, etc.

Pero el romance que me llevó a componer este post es el que muestra Eastwood en su película ya nombrada. Es realmente notable el trabajo de este director, que siempre me sorprende por la finura y delicadeza con las que trata sus películas. Cada una de las escenas poseen una ligereza tan elegante que se puede disfrutar por horas. En ‘Los Puentes de Mádison’ Eastwood se inspira en un libro homónimo (de Robert James Waller), a partir del cual muestra a su modo una historia de amor que llega hasta los huesos por su sinceridad y su exquisitez.


Para empezar, las actuaciones de los protagonistas (el propio Eastwood como ‘Robert’, y Meryl Streep como ‘Francesca’) son geniales. Ambos encarnan personajes que a lo largo de la película van evolucionando muy detalladamente. Ambos personajes muy bien escritos, muy bien construidos. Robert y Francesca pasan por un proceso de trastorno profundo mientras crece su romance. Al inicio es él quien tiene las respuestas, es él quien tiene algo que decirle a ella sobre la vida, él sabe qué camino señalar. Al final es ella quien intenta las respuestas, y es él quien las esquiva, quien busca otras salidas, quien ahora ya no tiene respuestas y está dispuesto a cambiar su vida, aunque claramente esta ya cambió radicalmente. Él ha pasado de ser un solitario, de no necesitar a nadie, a estar totalmente entregado a ella.

Pero no es solo la historia, las actuaciones, la construcción de los personajes, el guión, la música, los que hacen de esta la gran película que es. La sensibilidad de Eastwood para filmar es inmensa, te deja sin aire. Hubiera sido tan fácil caer en cursilerías con esta historia, pero eso no sucede nunca, hay una delicadeza sobrecogedora que no permite que eso le pase a la película. Lo que logra Eastwood es algo arrollador pero a la vez muy liviano, es decir, es muy sencillo sumergirse en las imágenes que nos muestra y dejarse llevar con ellas y su carga emocional precisa. Y esto es algo que Eastwood lo ha demostrado en todos los géneros que ha realizado, realmente parece mágico lo que logra en sus películas. Permite que vivamos una experiencia estética única y plena con un trabajo muy bien logrado.


La escena más conmovedora de la película probablemente sea la del último encuentro. La lluvia, los colores, todo el ambiente de ella. La mirada que se dan, que uno no quiere que termine nunca. Ambos en el mismo semáforo; ella en el auto de su esposo, justo detrás de la camioneta de él, quien no avanza cuando se prende la luz verde. Y la línea clave de la película: el esposo de Francesca preguntando ‘what is he waiting for?’. Por supuesto, la espera a ella, que sentada al lado de su esposo, aprieta con rabia la manija, rabia causada por el miedo, la impotencia y el amor que siente sabiendo que debe decidir ahora.

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