miércoles, 18 de junio de 2008

Aaron Copland: Cómo escuchar la música 1


Acabo de comenzar a leer un libro que tenía apuntado entre los tantos libros y temas que quisiera investigar si tuviera más tiempo y menos flojera. Me refiero al libro de Aaron Copland: ‘Cómo escuchar la música’. Por supuesto, teniendo la vida que tengo, sumergida siempre en la música, al ver el título hace un tiempo en una de las ferias del libro que se arman en la universidad (ferias que si no tuvieran ese puestito de carteritas pucp probablemente disfrutaría más, por la cantidad de gente que dejaría de ir), tuve mucha curiosidad por saber a qué se refería. No lo compre por misio, y solo atiné a apuntarlo en mi libretita, esperando que algún día me vuelva a encontrar con él, y que ese día ya tenga dinero.

Hoy tengo el libro en mis manos, no porque lo haya comprado, sino porque me di cuenta de que estaba en la biblioteca de la universidad, con lo cual sume una excusa más para seguir desempleado. Como dije al inicio, recién lo he comenzado a leer, y ahora quisiera comentar no más que la introducción de William Schuman, que tiene cosas por resaltar, y mucho.

Schuman comienza con la misma pregunta que yo me hice cuando vi el libro por primera vez: ¿para qué un libro que me ‘enseñe’ a escuchar la música? Bueno, ciertamente hay muchas cosas que se podrían aprender para poder oír más detalladamente la música. Lo cual a mi juicio (y al parecer también al de Schuman, aunque adelanto que al parecer no al de Copland) no es ninguna obligación, ni es nada que te haga un ‘mejor’ oyente de la música. Simplemente creo que si eres conciente de ciertas cuestiones un tanto técnicas de la música, podrías acercarte un poquito más a ella, y sobre todo, como dice Schuman tan correctamente: ‘El conocimiento intensifica el goce’.

La verdad, no debería haber más argumentos que este último. Si tener un mejor conocimiento de la música (que es también una técnica al igual que todas las demás artes) me provoca un mayor goce, entonces no hay más que decir. Prácticamente tengo la obligación moral de ampliar mis conocimientos siendo el apasionado por la música que soy, pues el mayor goce me va a llevar a felicidad, y ese siempre es el fin.

Aaron Copland

Tras un elogio a Copland, Schuman dice lo que me parece lo más importante de su pequeña introducción: la importancia del factor intelectual a la hora de contemplar la música (y por supuesto cualquier otro arte). Cito a Schuman para luego comentarlo:

“Por desgracia para la música, muchos oyentes se contentan con meterse en un baño emocional y limitar su reacción a la música al elemento sensual de sentirse rodeados por sonidos. Pero estos sonidos están organizados; los sonidos nos hacen un llamado intelectual así como otro emocional.”

Esto me parece importantísimo, pues es muy común en todas las artes que la contemplación se haga sólo desde un punto de vista emocional, cuando lo más rico del arte está en su trabajo intelectual. Lo digo una y mil veces: los genios son genios no por el talento sensual que tienen, o por las hermosas melodías, o figuras, o palabras que crearon, son genios por el trabajo arduo, constante, detallado, INTELECTUAL, que le dan a su arte. Y es importante que le prestemos atención a este trabajo, porque de lo contrario estaríamos relacionándonos solo superficialmente con el arte. Cada detalle cuenta y a cada uno se le debe prestar atención, como parte fundamental de un todo.

El llamado intelectual al que se refiere Schuman es el más importante si es que pretendemos tener un acercamiento profundo con el arte. No se puede pretender hablar seriamente de una obra artística, si es que no se considera el trabajo del artista que va más allá de lo visceral, que aunque siempre es la partida del arte, NO BASTA para generar un arte lo suficientemente rico. Y no quiero decir con esto que el arte para que sea rico tenga que estar plagado de detalles. Tantas obras maestras que consideramos muy simples, no surgen del poco trabajo del artista, todo lo contrario, surgen de un trabajo tan notable y tan esforzado, que optó por dejar a la obra desnuda de detalles, notando que de ese modo la obra expresaría más, que así sería más rica. Es un detalle delicioso la simpleza de una obra.

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