sábado, 28 de marzo de 2009

Memoria


Acabo de enterarme de que finalmente el gobierno peruano ha aceptado la construcción de un Museo de la Memoria. Al parecer Mario Vargas Llosa convenció a Alan García para que se concrete esta obra tras una serie de debates entre sectores políticos e intelectuales. Hay varias preguntas que dan vueltas a la cabeza sobre este tema. En primer lugar, por qué se negó la construcción del museo por tanto tiempo, cuáles fueron los motivos puntuales. Bueno, nunca encontré respuesta a ello, sólo una serie de discursos totalmente improvisados que se enfrentaban al tema como si fuera una gran roca de la que de pronto, sin saber muy bien dónde iba a caer, había que escapar. La primera manifestación fue de la ministra Cabanillas que, al ser consultada sobre el tema, dijo que la donación que pretendía hacer Alemania podía ser usada en la construcción de obras que beneficien más a la sociedad. Este argumento (soy caritativo al llamar a esto un argumento) se derrumba inmediatamente de ingenuo, pues la donación que hace Alemania es una donación exclusivamente dedicada a la construcción de un museo de la memoria -como bien lo resaltó en una entrevista radial Salomón Lerner. Si el dinero no es utilizado para la construcción del museo, entonces el dinero no iba a ser utilizado para ninguna otra cosa, por ello el argumento de Cabanillas no tiene ninguna validez. Si se negaba la construcción de un museo de la memoria, lo que había que aclarar no eran los mejores usos que se le podía dar al dinero, pues tales usos no eran siquiera posibles, sino por qué el museo no es beneficioso para el país. Con respecto a esto último escuché una sola respuesta que trataré a continuación, la del canciller García Belaúnde (hay una cosa más, muy importante -la más importante-, que criticar a las palabras de Cabanillas, pero lo haré al final).

El canciller peruano declaró en una oportunidad que la construcción del museo de la memoria no era algo para lo que estábamos listos, que antes de ello el país debía reconciliarse consigo mismo y que el museo, por el contrario, avivaría las diferencias del país, pues está basado en un informe (el de la CVR) que no es sentido como equitativo por muchos. Creo que hay un error en esta lectura del informe de la CVR, en la que se dice que aquel está dedicado a “un sólo lado” del problema. Una lectura así no solo resulta simplista, sino que pretende que el informe sea una reconstrucción casi perfecta de los hechos tal y como se dieron. Y este error no es gratuito, el mismo informe lo provoca. La alusión a la Verdad en el título de la comisión hace pensar a la gente en una última y absoluta reconciliación de todos los peruanos. Tal cosa no sólo es imposible, sino además absurda. El informe de la CVR es en realidad una recuperación de los hechos que asolaron al Perú que puede hacerse siempre desde un punto de vista en específico, no desde la universalidad de la Verdad. Tal parcialidad es la que resultó de la CVR, otra cosa no podía resultar. García Belaúnde dice no identificarse con el informe, y la confusión en la que cae radica en que se pretende encontrar en la Verdad del informe una identificación personal o subjetiva que libere a uno mismo de todos los restos dejados por la guerra interna vivida en el país.

El valor del informe de la CVR no reside en su capacidad de llegar a todo ciudadano peruano en particular, sino en su capacidad para englobar en él una perspectiva valiosísima que nos identifique como pertenecientes a una comunidad que ha sufrido una tragedia que tocó a algunos de forma más profunda que a otros. En el informe se debería poder proyectar cada peruano no en el sentido en que cada uno encuentra la Verdad (y por lo tanto su Verdad) reconciliada, sino en el sentido en que cada uno puede hacerse conciente de la comunidad herida de la que es parte. Son diferentes ojos con distintas historias y con distintas creencias los que se enfrentan al informe de la CVR y a las imágenes de Yuyanapaq (que en mi flojera aun no asisto a ver), cada uno se relacionará diferente con lo expuesto, pero cada uno se sentirá parte de una sociedad que ha sufrido junto a él y con la que tiene que reconciliarse a partir de la comprensión explícita y conciente de la situación que vivió. Por todo esto me parece importantísima la objeción que hace en su blog Jorge Luis Valdez, acerca de la centralización del museo en Lima.

Puedo darme un tiempo ahora a la crítica que me parece es la más importante con respecto a la actitud del gobierno peruano. Yehude Simon, al ser consultado sobre la posibilidad del museo de la memoria, se mostró bastante coherente en sus declaraciones aunque intentando hacer resaltar la dedicación que el gobierno peruano le había dedicado a aquellos que sufrieron las consecuencias directas de la guerra armada interna. Habló de casas construidas y de millones de dólares entregados, exigiendo el reconocimiento al trabajo del gobierno en este respecto. Todo eso está muy bien, pero se sigue la misma tendencia que una y otra vez sigue el presidente García y que siguió Cabanillas con sus declaraciones descritas al principio. Se le da énfasis a la recuperación material, a la rectificación de los daños palpables. No debo ser mezquino, en eso el gobierno peruano no anda tan mal como algunos lo quieren pintar, pero se olvida la dimensión más importante de una sociedad y del ser humano, la espiritual, la psicológica, la imperfecta, la que no se puede simplemente reconstruir. El daño sufrido en la guerra interna es profundo en lo concerniente a lo material, pero también lo es, y hoy más que nunca, en lo concerniente a lo espiritual. La gente que sufrió la perdida de familiares cercanos, la denigración de sus propias vidas y la pérdida de sus bienes puede haber tenido el tiempo suficiente para recuperar el hogar y las ropas, pero en cuanto a lo espiritual, ¿es tiempo lo que se necesita para recobrar esas heridas? Creo que no. Las profundísimas heridas espirituales que han quedado en la sociedad peruana no pueden ser borradas ni olvidadas bajo ninguna circunstancia. Tal sufrimiento, tales rencores y tormentos ya son parte de aquellos que se vieron sometidos por el sufrimiento en aquella época. ¿Cómo lidiamos entonces con estas heridas espirituales si no podemos borrarlas? ¿Nos rebelamos a ellas? No. Nos ponemos en frente de ellas, pero no para luchar, sino para asimilarlas, para hacernos concientes de ellas, para saber y comprender que ellas son parte de nosotros y que no vamos a encerrarlas en un cuarto oscuro en lo más recóndito de nuestra existencia para no dejarlas salir jamás. Eso simplemente no es posible. Comprender que esas heridas ya somos nosotros significa ponerse frente a ellas de modo en que podamos mirarlas cara a cara y reflexionar sobre ellas, de modo en que podamos asimilarlas como nuestras, para no dejar que nos atormenten, sino para convertirlas en enseñanza, en una forma más rica de ver la vida, recordando qué es lo que no hay que permitir que se repita y cómo podemos crecer a partir de la experiencia vivida.

Estas heridas espirituales, a las que hay que proporcionarles remedios espirituales, son olvidadas por el gobierno actual. Recuerdo claramente los discursos de Alan en las dos reuniones de mandatarios internacionales que tuvimos en el país el año pasado, discursos en los que la actitud cientificista de Alan saltaba a la vista inmediatamente. Él expresaba una confianza ciega en la ciencia, en la capacidad racional humana, en los progresos intelectuales que se van realizando y que no permitirían el declive de una humanidad que avanza con su racionalidad como un guía perfecto. Esta actitud excesivamente racionalista del presidente es siempre peligrosa. Se tiene muy en cuenta la capacidad intelectual del ser humano, pero se olvida casi despectivamente al ser humano en tanto que ser de sensaciones, en tanto que ser imperfecto y limitado. Lo espiritual no parece ser algo que entra en el discurso oficial peruano, lo espiritual como aquello que mueve al sujeto a hacer las cosas con la pasión necesaria que se necesita para vivir feliz. Este racionalismo excesivo presidencial parece estar dirigido a lograr peruanos con vidas grandes y acomodadas, pero no a peruanos con vidas espiritualmente felices y reflexivas. Esto, por supuesto, se ve reflejado en la mínima preocupación por los asuntos culturales. Y la cosa es mucho más profunda, esto salta a la vista en la situación en la que quedaron Ica, Pisco, Chincha y otros tras el terremoto de hace dos años. Hasta el día de hoy hay escuelas que no se han terminado de reconstruir. ¡Qué obra puede ser más importante que la reconstrucción de una escuela, en la que los niños tendrán oportunidad de reencontrarse con el diálogo cultural que los ayudará a reponer las profundas heridas espirituales que tan temprano han sufrido! ¿Dónde está el ministerio de la cultura que se anunció hace ya casi un año? ¿Es casualidad que la Escuela de Bellas Artes se encuentre en la crisis en la que está desde hace ya buen tiempo?

Bueno, el tema del museo de la memoria me llevó a muchos lugares que no pensaba tocar. La noticia de que el museo se construirá ya se dio y es a mi parecer una decisión acertada de este gobierno. Este museo no es simplemente un lugar para recordar, es un lugar de encuentro con aquello que atormenta por dentro a tantos peruanos que han preferido callar ante la falta de posibilidades y que no son reconocidos por la gran mayoría que hoy en día vive olvidando a aquellos que también merecen una voz de testimonio. Aquí no se trata de rescatar un lado o el otro, se trata de rescatar una situación dolorosa de la que debemos ser concientes para procurar que no se vuelva a repetir. Todo rescate del pasado es siempre mejorable, pero no en el sentido en que se puede llegar a completar en algún momento como la verdad última, sino en el sentido en que se puede enriquecer cada vez más y de forma interminable con diferentes puntos de vista. En este sentido lo hecho por la CVR puede ser mejorado, de esto, estoy seguro, Salomón Lerner -presidente de la Comisión- está muy conciente.

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