sábado, 27 de diciembre de 2008

¿Más allá del lenguaje?

¿Qué nos lleva a pensar que tenemos experiencias que van más allá de nuestro lenguaje? Es decir, ¿por qué se suele pensar que hay eventos que experimentamos en una dimensión en la que el lenguaje deja de ser importante y comenzamos simplemente a sentir profundamente una vivencia en especial? Por ejemplo, la experiencia religiosa. Se podría pensar que una anciana que dice sentir profundamente la presencia de Dios (que le creamos no significa necesariamente que creamos que Dios está ahí, significa simplemente que creemos en su experiencia) está teniendo una vivencia que no se reduce al lenguaje, sino que va más allá, es decir, se diría que en el momento de tal experiencia poco importa que la anciana posea o no un lenguaje; su sentimiento, su pasión, van más allá de ello.

Esto obviamente va en contra de aquella noción en la que se considera que es, no a través, sino en el lenguaje que interpretamos todo. Con ‘todo’ me refiero a nuestra relación con todo ámbito del mundo, con todo otro ser humano e incluso con uno mismo. Así pues, es en el lenguaje que interpretamos, siempre, toda experiencia que podamos tener. Frente a esta noción la anciana religiosa nos dirá: “Mi experiencia religiosa no tiene que ver con el lenguaje, tiene que ver con mi pasión!” Y podremos responderle: “Pero tu pasión, ¿no tiene que ver con el lenguaje?” “No! Mi pasión es sensación! Es experiencia profunda a priori!”

¿Sucede aquello de que podemos experimentar algo más allá del lenguaje? Alguien podría decirnos que la experiencia que tiene cuando escucha música, o cuando ama a alguien, o cuando bebe un delicioso jugo de limón, es una experiencia que va mucho más allá de su lenguaje (de las palabras). Me responderé de una vez: No es así, todo lo experimentamos en el lenguaje, ya inmersos en él. Aclaremos porqué considero esto.

Creo que el principal error de aquel que considera que se puede tener alguna experiencia extralingüística radica en que asume que tenemos un lenguaje, cuando lo más adecuado no sería decir que tenemos un lenguaje, sino que somos tal lenguaje. De mismo modo en que solemos decir que tenemos un cerebro o un corazón, pero lo cierto es que más allá de tenerlos, somos tal cerebro, somos tal corazón, al igual que somos nuestro estado de animo y somos nuestra sensación de dolor o nuestro anhelo por algo o nuestro miedo. Todas aquellas cosas, aquellas experiencias, son cosas que somos nosotros mismos, y del mismo modo tendremos que considerar que somos nuestro lenguaje. Considerar que tenemos un lenguaje, nos lleva a pensar que podemos salir y entrar de él, cuando no se trata de un hogar al que asistimos, se trata de lo que somos en nuestra existencia.

Esta noción de que tenemos un lenguaje nos lleva a considerar de que es únicamente cuando estoy hablando que estoy en el lenguaje, y que cuando no lo hago, estoy viviendo ajeno a él, más allá de él. Sin embargo, sucede que aprender un lenguaje es aprender una configuración del mundo, y aprender un lenguaje es entender lo que tengo alrededor de acuerdo a los presupuestos de ese lenguaje. Entonces, estar en el lenguaje significa entender el sentido más básico de la realidad de acuerdo a las certezas básicas y nucleares que tengo sobre ella, certezas que aprendo en el lenguaje, certezas que son lenguaje y que a su vez sirven de apoyo para todo el uso cotidiano y cambiante que hago de mi lengua (por supuesto, pudiendo tal certeza también cambiar). Estar en el lenguaje no es simplemente hablarlo, es vivir en él, es interpretarlo todo en él, porque todos nuestros significados y sentidos los hemos adquirido en él. Cuando tengo una experiencia en la que no participa activa o explícitamente el lenguaje, estoy teniendo la experiencia ya sumergido en el lenguaje, un lenguaje del que no puedo salir porque tal es mi condición más básica como ser que se comprende y que comprende lo que está alrededor de acuerdo a los presupuestos de mi lengua.

Cuando tomo un delicioso jugo de limón y siento que es delicioso, estoy ya interpretando mi vivencia en el lenguaje, pues es de acuerdo a él que entiendo el sentido y significado de lo que es un jugo, de lo que es lo delicioso. Alguien podría decirme: “Pero el bebe toma su leche y puede sentir que es deliciosa. Tal bebe aun no aprende el lenguaje” Es cierto, pero nadie está queriendo decir que el bebe, o el perro, no sientan placeres. Lo que se está queriendo decir es que una vez que estamos en el lenguaje aquellos placeres que sentimos ya no pueden ser ajenos a nuestra existencia básica y profunda en las interpretaciones intrínsecas y presupuestas que hacemos sobre el mundo (sobre nuestras experiencias) en el lenguaje. Así, cuando el bebe aprenda el lenguaje seguirá sintiendo placeres, pero ya no serán los mismos, pues él antes no tenía los presupuestos lingüísticos (prácticos) que ahora tiene. Con el lenguaje accedemos a toda una nueva dimensión de vivencias y de experiencias. Así, la experiencia religiosa siempre tiene como base el estar en ciertas certezas del lenguaje que no pueden ser hechas a un lado, porque es a partir de ellas que estamos en el mundo con una actitud, salir de ellas significaría caer en el absoluto absurdo. En la experiencia religiosa, la anciana ya sabe lo que es la religión aunque no se lo proponga explícitamente, eso ya está presupuesto en lo más básico de su existencia en el lenguaje.

Toda experiencia significativa que podamos tener es siempre intralingüística. Eso no significa que estamos encarcelados en el lenguaje. Porque como vimos, no se trata de un lenguaje al que entramos o salimos, se trata de un lenguaje que somos, y por lo tanto de una condición que no nos limita, sino que -al contrario- nos permite darle sentido a la existencia. No se trata de que más allá del lenguaje no haya nada, se trata mas bien de que no nos es siquiera posible postularnos qué es aquello que está más allá del lenguaje (toda postulado se da en el lenguaje!), y por lo tanto anhelar a una libertad extralingüística es anhelar a un engaño, a algo que ni siquiera nos hemos podido comenzar a postular; se trata de un autoengaño en el que hemos caído en el mismo lenguaje (Wittgenstein: el lenguaje nos confunde), el mismo autoengaño en el que se cae en la epistemología metafísica que pretende describir o explicar el mundo desde un punto de vista objetivo.

Lo correcto sería mas bien decir todo lo contrario: es gracias al lenguaje que somos libres, que se nos abre un ámbito inmenso de distintas posibilidades inimaginables fuera de él. Gracias al lenguaje comprendemos.

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