sábado, 6 de junio de 2009

Perú y Chile

En 6to de primaria tuve un profesor de Historia del Perú que todo el salón adoraba. Llegaba a clases sin apuntes, sin libros, sin separatas. Flaco y con bigotes, ropa sucia y vieja. Talvez ente 45 y 50 años. Hacía sus clases improvisadamente, de memoria. Hablaba y hablaba a una clase atenta como nunca y de cuando en cuando soltaba una que otra lisura que nos hacía partir de risa. Cuando se decidía a escribir algo en la pizarra para que nosotros copiásemos lo hacía en total desorden y con faltas ortográficas por todos lados. Para nosotros era genial. Recuerdo una clase en particular: la guerra con Chile. Comenzó a narrar cómo se inició la guerra y cómo Perú quedó entrometido en ella. Rápidamente llegó al momento en el que Chile invade el Perú. Recuerdo cómo narraba, con más pasión que nunca, los destrozos y los abusos que cometieron los chilenos contra los civiles peruanos, contra las mujeres peruanas. Recuerdo cómo hablaba de robos, incendios, violaciones, haciendo énfasis en una brutalidad difícil de entender y fácil de condenar. “Esos malditos chilenos” decía, los insultaba cada que podía y se esforzaba como nunca lo había hecho por hacernos entender la enseñanza de este trozo de la historia peruana: los chilenos son unos malditos y merecen nuestro odio. Para nosotros esa clase fue genial, un nuevo bicho nos había crecido y la identidad del peruano comenzaba a aclararse más: ser peruano es odiar al chileno. Debo confesar que no fue poco el tiempo que me mantuve con ese sentimiento. Yo he insultado a chilenos por internet, he discutido sobre el desprecio hacia ese país, he convencido a más de un descuidado amigo de que esa es la manera correcta de pensar. No sé exactamente cuándo todo eso cambió, pero fue, felizmente, hace ya bastante tiempo.

Mi primer contacto cercano con la cultura chilena fue con Neruda, más tarde fueron Los Jaivas y luego Violeta Parra. Todo esta fuertísima influencia cultural, sumada al surgimiento de una conciencia mucho más abierta y mucho más pluralista, provocada probablemente por el amor a la lectura que me fue creciendo, han hecho de mí no sólo un tolerante con Chile, sino sobretodo un amante de la cultura chilena, un profundo admirador de la riqueza que ella guarda y que está en muchísimos sentidos dispuesta a ofrecer. Este odio por Chile, con el que me sigo encontrando por las calles limeñas cada que alguien me mira con ojos serios cuando paseo con mi polo que tiene a la bandera chilena en el pecho, me resulta a estas alturas incomprensible. Lamentablemente muchos peruanos y chilenos siguen formando en su niñez un patriotismo que tiene como núcleo al odio por el país vecino. Un odio que ya no tiene ninguna motivación ni justificación práctica, que se sostiene únicamente en la creencia de que la propia debilidad se supera mostrándose violento contra el otro. Es un odio que yo de niño, junto a varios otros, supe admirar en la figura de un “profesor” que hoy sé que de educador no tenía nada. Hoy lamentablemente más de uno de mis amigos sigue pensando que tal fue un profesor ejemplar. Una educación que forma identidades basadas en el odio no puede formar sujetos felices, ni responsables, ni sinceros consigo mismos. Hace falta comenzar a cambiar esta situación, y sinceramente creo que el cambio está comenzando en esta (mi) generación.

Este domingo 28 de junio habrán marchas simultáneas en Lima y en Santiago, en favor de la hermandad entre Perú y Chile. En Lima a las 3p.m. en el cruce de Arequipa con Angamos; en Santiago a las 4p.m. en la plaza Italia. Vale la pena.

1 comentario:

Schizoidman dijo...

Hubo una vez en que también pensaba de la misma manera. Hasta que una vez me dijiste: "Las fronteras no deberían existir." O algo por el estilo. Al final, conocí también a Violeta Parra y Neruda. Además de amigos chilenos. Claro siempre hay unos estúpidos que se burlan, creo que generalmente en Santiago, al igual que en Perú. Pero, la gente de provincias es en muchos rasgos totalmente diferente. Y es genial saber que hay "diarios" que estimulan una lucha armada contra ellos, pero en realidad, todos nos tratamos de igual a igual. Espero que ese resentimiento del pasado se convierta en un buen sentimiento para el futuro. Además, espero que el diario LA RAZÓN y EL MEN se cansen de sus clásicos titulares.