miércoles, 2 de septiembre de 2009

Watchmen XI (b)

Ahora quiero referirme un poco a lo que me llama la atención en la personalidad de Veidt: su actitud es, claramente, de corte intelectualista. Está convencido de que es a partir de la razón, del correcto uso del intelecto humano, que es posible salvar al mundo del desastre en el que ha caído. Y está convencido, sobretodo, de que él posee esa capacidad intelectual. Así, no busca comprender al mundo desde cerca, en su abundante pluralidad y en su dañado espíritu (al contrario, manipula tal espíritu para encaminar exitosamente las ventas de sus empresas), busca más bien alejarse e intentar entender analíticamente, intelectualmente, cuál es el modo en que el mundo pueda llegar a ser uno, a vivir bien en un sentido más práctico que ético -esta ausencia de lo espiritual en el plan de Veidt se ve mejor teniendo en cuenta las secuelas que deja la ‘explosión psíquica’ que da lugar la criatura teletransportada (tema que trataré en el post del último capítulo). Veidt dice claramente que nunca sintió conexión con alguna otra persona, creció enormemente en su dimensión intelectual, pero en su dimensión emocional -espiritual- nunca tuvo la oportunidad de desarrollarse, nunca se encontró con la diferencia del otro, siempre se consideró como un hombre superior a los demás, muy alto para ellos, una perfección dentro de la abundante imperfección. Veidt tiene la clásica actitud ilustrada que considera a la dimensión emocional del ser humano como algo poco importante frente a la dimensión racional, a la dimensión lógica capaz de ver la verdad y de progresar a partir de ella. Veidt cree haber visto la verdad, pero su falta de espiritualidad, de conexión real con otras personas, lo hacen ajeno a la comprensión ética de la situación; él no comprende más que pragmática y utilitaristamente el contexto problemático del mundo. No comprende; analiza y juega con la situación de las personas, las manipula para que actúen de acuerdo a la conveniencia práctica que él cree es la más favorable. No hay ni una pizca, en Veidt, de aquello que se identifica hermenéuticamente como ‘diálogo’: la aceptación y comprensión de la diferencia, en donde ella no es un aspecto a superar, es más bien un aspecto a aprovechar, es decir, un aspecto a partir del que enriquecer nuestras propias perspectivas. Veidt lucha más bien por una unidad del mundo, se empecina en que el plan que saque al mundo de sus problemas debe ser armado de forma lógica y debe hacer lo que sea necesario para cumplir sus objetivos (el corte lógico del plan fue muy bien leído por Rorschach desde el inicio de sus sospechas). La mirada de Veidt, puesta en la unidad, no presta atención a las singularidades de cada sujeto. Así, no tiene problemas para sacrificar a personas (por ejemplo: los tres a los que les provocó cáncer; todos aquellos a los que llevó a trabajar a la isla y luego mató; el hombre al que mató con una píldora, a quien él mismo contrató para que lo asesine), obviando la particularidad de cada espíritu, preocupándose sólo en la universalidad de lo intelectual.

Y qué otro personaje que el periodiquero para referirse a esta conexión espiritual entre las personas. Él le dice al joven negro que lee el comic a su lado que la gente no busca hacer contacto entre sí, y que tal falta de contacto (de comprensión del otro) es el motivo de que el mundo se encuentre como está. El periodiquero mismo ha pasado por esa experiencia con el joven negro, y es conciente de ello. Días tras días han estado uno al lado del otro. El joven leyendo una y otra vez el comic, metido en lo suyo. Y el periodiquero hablando y hablando del mundo, sin ser nunca escuchado, y sin esperar ser escuchado; él prácticamente habla consigo mismo, reflexionando sobre la situación del mundo y renegando de los males de la sociedad; una sociedad a la que le quiere advertir su mal, pero que no lo escucha, y por eso vuelve siempre a renegar de ella. Al final de este capítulo ambos personajes hacen cierto contacto. El periodiquero se sorprende de que ambos tengan el mismo nombre, casi como buscando asombro en las cosas más inesperadas para calmar su temor. Y el joven, aunque le responde de forma fría, le responde con la suficiente calidez como para que se genere un contacto -aunque sea mínimo- entre ambos. Por ello es tan conmovedora la última secuencia de cuadros de este capítulo, aquella en la que ambos personajes están en el centro de la explosión y se abrazan ante ella. El joven busca impulsivamente, casi inconcientemente, al periodiquero, quien hace lo mismo con él. El periodiquero lo cubre de la explosión con su cuerpo y ambos la padecen abrazados, encontrándose el uno al otro en el gran momento de la última crisis. Esta secuencia de seis cuadros es, sin dudas, mi favorita de todo el cómic. En ella se resume el sentimiento de una humanidad que está perdida y asustada; los dos personajes se abrazan para protegerse de la desgracia, de la terrible desesperanza que los acecha hace tanto tiempo y que ahora viene a llevárselos. Las imágenes muestran un color blanco que se va apoderando cada vez más del espacio, muy parecido a la imagen del accidente de Jon Osterman, cuando se convierte en el Dr. Manhattan. El accidente de Osterman ocurre en una máquina que separa a los objetos de su ‘campo intrínseco’, de su elemento más íntimo y esencial: antes yo había identificado al campo intrínseco de Osterman (y, por lo tanto, del ser humano) como la capacidad de poder manipular físicamente a los objetos, y sin embargo no poder hacer conexión emocional con las personas. En la escena de la explosión final los dos personajes se buscan mutuamente y se abrazan, como liberando su elemento más íntimo en ese momento -uno opuesto al que se liberó en Osterman: el de buscar contacto y conexión emocional -espiritual- con otra persona. Dos dimensiones de la vida humana que son liberadas en distintas situaciones. El campo intrínseco manipulador se liberó en un accidente científico; el campo intrínseco espiritual, comprensivo, dialogante, se liberó en medio de la calle, en medio de toda la gente común y corriente que se hunde en impotencia y horror cuando llega el momento del que se han estado advirtiendo a sí mismos por mucho tiempo.

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