miércoles, 22 de octubre de 2008

La miseria sonando


La existencia mundana sumerge a la gente (La Gente) en una serie de constantes disgustos y angustias que son enfrentadas con diversos mecanismos dependiendo del contexto y temperamento particulares. Los profesores toman exámenes sorpresa; los policías de tránsito gritan, coimean y de cuando en cuando multan; los taxistas te mentan la madre si no les aceptas la tarifa; los cobradores te hacen bajar a empujones si no les pagas lo que sea que ellos digan; y los punks componen. Pero los que más molestan, los más abundantes y más bulliciosos, los que más poder le dan a su venganza contra indefensos sujetos, los más estúpidos y los de vida más desgraciada, son los que están tras el timón: los conductores.

Dichos imbéciles tienen como mecanismo de desfogue nada menos que un botón justo al frente de ellos, botón que presionan, o mejor dicho, golpean con barbarie descontrolada cada que pueden. Claxon le llaman. Basta la más mínima molestia, la más mínima inquietud, para que hagan expresión de su miseria en tal bulla insoportable que no hace más que llenar de basura todo nuestro ambiente.

Los casos son tan innumerables como increíbles. La luz del semáforo cambia e inmediatamente los energúmenos estos ya están machucando cual pelotita antiestrés al botón del claxon. Imbécil, la luz no ha cambiado hace más de 1 segundo, qué deseas que el auto de adelante desaparezca? que alce en vuelo para que tú puedas pasar? O al ver una larga fila de autos adelante que no puede avanzar, se comienza inmediatamente a hacer vociferar al auto, como si el sonido del claxon tuviera algún poder especial para que el atolladero desaparezca. Estúpido, qué crees que los demás conductores no avanzan porque no tienen ganas!

Vi una vez la más auténtica expresión de este mecanismo. Uno de esos micros enormes y viejos no tenía ningún botón que machucar, o apretar, o golpear. El mecanismo era una pitita que el chofer tenía que jalar para se desprenda el nauseabundo sonido. La molestia se desfogaba jalando la pitita. Y el chofer no la soltaba nunca, la tenía siempre tomada delicadamente por dos de sus regordetes dedos. Ante cualquier ocasión, la que sea, la pitita era jalada.

En lo que a mi respecta, pudiendo decir que mi interés por los autos es menor que mi interés por Magaly en la cárcel, no me queda más que mandar al mismísimo carajo a todos los conductores de Lima que se dedican a tocar cláxones. Mi más profundo y sincero deseo es que al morir sean devorados lentamente por Cancerbero.

Saludos a mi hermano y a mi padre.

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